Iglesia de San Vicente mártir. Ex convento y colegio jesuita

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n la década de 1580, la hacienda de Antonio Carnicer y la acción de Carlos Muñoz Serrano, canónigo de la seo turiasonense y futuro obispo de Barbastro, permitieron plantear la apertura de un colegio jesuítico en nuestra ciudad. Sin embargo, hasta octubre de 1591 el general de la Compañía de Jesús no aceptó de manera formal su constitución bajo la advocación de San Vicente mártir.

Meses más tarde, la comunidad se asentó en las casas de los herederos de Hernando Conchillos, situadas en la carrera de Tudela –actual calle de José Tudela–, muy cerca de la plaza Mayor o del Mercado. Este amplio inmueble se ubicaba justo detrás del convento de la Merced cuyos frailes, tras exponer sus quejas relacionadas con la distancia que debían mantener los emplazamientos de unas instituciones religiosas con otras, y presentarles las explicaciones pertinentes, tuvieron que acatar la situación.

La iglesia de San Vicente mártir, levantada poco antes de 1665, dispone de una nave con capillas entre los contrafuertes que se cubre mediante bóveda de cañón con lunetos, crucero con cúpula sobre tambor, cabecera plana y coro alto a los pies. Se sirve, pues, del vocabulario clasicista que tan bien había funcionado en otras órdenes religiosas, como la de Nuestra Señora de la Merced y, sobre todo, la del Carmen descalzo. No obstante, en este caso este lenguaje constructivo se empleó con cierto retraso ya que cuando se edificó las propuestas en arquitectura en el resto del país estaban plenamente barroquizadas. Esta demora se debió a que los seguidores de San Ignacio sólo percibían los donativos suficientes para adecentar su iglesia provisional y no para abordar la fábrica de una nueva.

Preside el templo un gran retablo dedicado al santo titular compuesto por sotabanco, y banco, cuerpo y ático de tres calles. Nos encontramos ante un mueble concebido en los años finales del siglo XVI –diseño de la mazonería, realización de las cuatro pinturas de las calles laterales y de la mayor parte de las imágenes–, aunque reformado durante el segundo tercio del siglo XVII –las columnas salomónicas que articulan el cuerpo, el revestimiento ornamental de la casa mayor y la escultura principal– y en 1951 –el sotabanco y el banco– por los hermanos Albareda de Zaragoza.

La agitada vida de esta máquina ha sido recientemente esclarecida por lo que sabemos que este retablo fue creado por Miguel de Zay y Juan Miguel Orliens entre 1595 y 1600 para ocupar el presbiterio de la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús dedicado a la Inmaculada Concepción de Zaragoza, actual Seminario de San Carlos Borromeo. En 1725, momento en que se erigió el mueble rococó que preside en la actualidad dicho templo, el desmantelado pasó al oratorio de Tarazona donde fue renovado y donde se encuentra en la actualidad.

Del resto de bienes muebles de esta iglesia merece la pena que nos detengamos en los retablos de los brazos del crucero, ambos barrocos del siglo XVIII y dedicados a los dos santos más importantes de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, en el lado del Evangelio, y San Francisco Javier, en el de la Epístola. También en el crucero se ubican dos de los lienzos más interesantes: el primero, que representa a San Vicente mártir, de los primeros años del siglo XVII, y el segundo, en el que vemos a San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola ante el Niño Jesús con la Virgen, Santa Ana, San José y San Joaquín firmado por BERNARDINUS BALDUINUS fecit/ Romae 1663 y del que se conserva una réplica prácticamente idéntica en la iglesia jesuítica de San Juan el Real de Calatayud (Zaragoza).

Asimismo, debemos destacar el retablo de la capilla de San Atilano, de mediados del siglo XVII, cuya pintura principal, de notable calidad artística, ha sido restaurada por la Fundación Tarazona Monumental con motivo de la exposición conmemorativa del milenario del fallecimiento del santo (1009-2009), patrón de nuestra ciudad.

Desde los años finales del siglo XVI y hasta la expulsión de los jesuitas del país en 1767, el Colegio de San Vicente mártir cumplió un papel trascendental en la educación de los vástagos de las principales familias de la comarca. Fueron los encargados de enseñar primeras letras, gramática, filosofía y moral a los alumnos que anualmente acudían a sus aulas.

En el siglo XIX el edificio y la iglesia pasaron a manos de la Diputación Provincial de Zaragoza, que lo destinó a fines asistenciales, con la consiguiente transformación de las dependencias antiguas. En la actualidad es sede de la Residencia Hogar Doz, dependiente desde el año 2000 del Gobierno de Aragón.

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